lunes, 8 de mayo de 2017

El norte del Tolima, entre el sol y la niebla



Cinco paradas del Tolima, reliquias de la época colonial y un lago protegido por frailejones. 

Incluso cuando el sol está en su asta más alta en el cielo, un hondano le dirá dónde queda el puente más famoso de su ciudad. Incluso si usted no preguntó por ninguna dirección en primer lugar, un hondano lo ayudará. Es una hospitalidad automática: tan acostumbrados y gustosos están los lugareños de ser visitados por turistas.
No se crea delatado por su apariencia: la riqueza histórica y arquitectónica de Honda la convirtió en una de las ciudades más importantes del Tolima desde el siglo XVIII hasta el XX. Ciudad donde se convive con el arrullo y tempestades del río Magdalena, con el calor abrasador del mediodía que obliga a todo ser humano a descansar hasta las dos de la tarde. No en vano es “un buen vividero”, como lo llaman los hondanos.

Allí, Ciudad de los Puentes, empezamos nuestra travesía de cuatro días por el norte del Tolima a bordo de una Mitsubishi Montero Sport que, además de ser una camioneta de lujo cómoda, es una todoterreno apta para atravesar los caminos sinuosos de una región sorprendentemente cambiante: bosques húmedos, páramos, pantalonetas y ruanas en trayectos de tan solo dos horas.

Recorrimos cinco puntos del norte tolimense para confirmar que esta región guarda los mejores secretos para quienes busquen vivir cultura, gastronomía y naturaleza de lo más diversas.
Con aura histórica
El mediodía del casco urbano de Honda recibe a sus visitantes con silencio, calor, luz. Treinta y cinco grados centígrados convencieron hace rato a los hondanos de descansar de sus mañanas hasta las dos de la tarde.

Se le conoce como la Ciudad de los Puentes (cuenta con más de cuarenta), y desde el momento en que debe cruzar el puente Luis Andrade, que muestra la vía principal de la ciudad, lo sabrá. Después de un viaje de unas cuatro horas en carro desde Bogotá (160 kilómetros, aproximadamente), nuestro primer día del recorrido lo recibimos con un almuerzo hondano. La calle 18 con carrera 2 brinda esta experiencia local. Además de toparse allí de cara con el caudaloso río Magdalena (que en el siglo XVIII fue eje central del comercio en Colombia e hizo de Honda uno de sus puertos fluviales más importantes), en locales como Donde Marta se degusta la pesca más fresca del día: entre 15.000 y 25.000 pesos cuesta un plato de nicuros (¡exquisitos!), bagres o bocachicos. Hombres hondanos lanzaban redes a la orilla del río y llenaban sus baldes de peces recién sacados del agua. La misma agua que, de diciembre hasta mayo, puede ocasionar que ninguno de esos restaurantes exista por su exagerada creciente. 

La siguiente parada fue el centro histórico de Honda, al que se llega cruzando el Puente de los Novios, uno de los emblemas de esta ciudad que, formalmente, se llama Puente Agudelo. Cruza el río Gualí, que desemboca directamente en el Magdalena. Sentarse ahí a disfrutar cholaos y a contemplar ese río por el que la avalancha de Armero descendió en 1985… ¡Para románticos!.
Del otro lado del puente, en pleno centro histórico, se encuentra la Calle de las Trampas, uno de los vestigios coloniales más llamativos del patrimonio hondano. Su nombre viene de las súbitas callejuelas que desembocan allí, cuyas esquinas eran perfectas para que el ejército español hiciera ataques sorpresa durante la época colonial. Al atardecer, es ideal dirigirse al puente Navarro: uno de los primeros puentes metálicos de Latinoamérica que fue inaugurado en 1899. Da una postal perfecta de la zona sureste de la ciudad: la vía principal, la Catedral Nuestra Señora del Rosario. Déjese arrullar por las aguas del Magdalena que, además, tiene su propio hogar: el Museo del Río Magdalena, ubicado al lado este de la ciudad. ¡Ah!, y si lo que quiere es ver el amanecer, recíbalo en uno de los patrimonios históricos de Honda más reconocidos: el bar Lastekas, que inauguró la Zona Rosa de la ciudad. Quien no ha rumbeado ahí, ¡no ha rumbeado en Honda!
TENGA EN CUENTA:
  • Si busca hacer ciclomontañismo en Honda, puede contactar al Club Honda Bike en Facebook, que organiza salidas todos los fines de semana.
  • Para una estadía relajada y cómoda se recomienda el Hotel Boutique Las Trampas, ubicado en pleno centro histórico de Honda. Tarifas desde $ 250.000 por persona.
    Teléfono: 310 343 5151, www.posadalastrampas.com.
Ruinas y ríos
El segundo día hicimos un recorrido de escasos 30 minutos para llegar a Mariquita, un pueblo cuya entrada está repleta de puestos de mangostinos, maracuyá y de pan mariquiteño. La conocida ‘capital frutera de Colombia’ tiene, además, reliquias históricas y religiosas imposibles de ignorar.

Por ejemplo, el Santuario Diocesano Cristo de los Caminantes, mejor conocido como el Santuario de la Ermita, alberga uno de los Cristos negros traídos contra viento y marea durante la época colonial. Se trata de una imagen religiosa tradicional de Centroamérica. Pero este, además, es de una de las batallas más particulares de la historia hispanoamericana: iba izado en los galeones de la batalla de Lepanto, la misma en la que el escritor Miguel de Cervantes Saavedra sufrió pérdida de la movilidad de la mano izquierda en 1571. Traído desde España con destino a la ciudad de Pasto (Nariño), se cuenta que el Cristo no se dejó cargar después de que sus transportadores pararon a descansar en Mariquita. Se trata de una imagen paralizante para religiosos y ateos; la tosquedad de su rostro, la forma en que parece que va a caerse sobre uno de dolor en cualquier momento... 

El recorrido continuó por los restos del convento de Santa Lucía, a tan solo ocho cuadras del santuario. Se trata de un vestigio del terremoto de 1805. Considere, para erizar su piel, que la ruina sirvió de paredón de fusilamiento en la Guerra de los Mil Días. Después de pensarlo, vuelva al presente: a menos de una cuadra podrá encontrar el Café Kuskín, que desde hace seis años tuesta el café frente a sus ojos antes de preparárselo. ¡Ni siquiera los 30° centígrados pueden despachar ese aroma al acercarse al restaurante!
Mariquita tiene su personaje más representativo: el reconocido botánico José Celestino Mutis, quien lideró la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada en 1783. Durante 30 años, Mutis se dedicó a clasificar 20.000 plantas y 7.000 animales del Nuevo Reino de Granada, y parte de las 2.600 láminas que resultaron de la expedición se realizaron en la Casa de los Pintores de Mariquita, a la que fuimos de la mano de personas disfrazadas de padres católicos y soldados del siglo XVIII. Lo escoltan a uno a ese templo de la historia de la pintura y el desarrollo de la ciencia en Colombia, ya que Mutis rompió esquemas completamente: en vez de pintar arte religioso, que era lo típico durante los siglos XVII y XVIII, ¡pintó plantas! A cinco minutos de la casa (a pie) se encuentra el Bosque Municipal J. C. Mutis, un bosque húmedo tropical que marca un antes y un después en el recorrido por Mariquita: al pasar por la puerta de entrada, invade el sonido de las chicharras, una caída de la temperatura, el canto súbito de los pájaros carpinteros. Es una zona que alberga árboles como el yarumo, el almendro y el aceite de María, y que se puede recorrer en una hora de la mano de un guía de la Corporación para el Desarrollo de la Ruta Mutis: se cruzará con serpientes talla equis y monos titís que viven en el último reducto de la Real Expedición Botánica de Mutis.

Para degustar el título del pueblo, nos dirigimos al Hotel Las Brisas La Gaviota: ofrece un recorrido ecológico por cultivos de semillas y frutos como el copoazú –con el que se hace un producto parecido al chocolate: el cupulate–. Abundan la pitanga (grosella), que sabe a pimentón dulce, y la yaca, que puede pesar hasta 30 kilos y que ¡sabe a banano y tiene textura de guanábana! Así, con la panza llena, había que refrescar la tarde en las cataratas de Medina, a un kilómetro del centro urbano: aguas de 800 metros de extensión con lagunillas con nombres como el Charco Nudista de las Francesas… Sí, tal como lo lee.
PARA RECORRER EL NORTE DEL TOLIMA...
  1. ...es indispensable llevar zapatos semiduros, impermeables y aptos para caminatas largas.
  2. Si quiere descansar en Mariquita, es recomendable el Hotel Campestre Cerro Dorado, desde el que se puede apreciar el Nevado del Ruiz en un día despejado. Información: www.hotelcerrodorado.com.co.
Monumento a la humildad
A menos de media hora de Mariquita se encuentran las ruinas de Armero, un sitio en el que llegar es ver cara a cara las puertas a otro tiempo. Después de que los lahares bajaran a toda velocidad por el Nevado del Ruiz, el río Gualí y el cañón del río Lagunilla en 1985, este pueblo se convirtió en la Pompeya colombiana… Le quitó la vida a más de 20.000 personas. Hoy, césped de un metro y medio de alto, intacto, y árboles invaden los portones y fachadas de edificios que, a cada metro, acentúan lo inquietante que es este pueblo fantasma. 

No hay duda de que el ‘atractivo’ fundamental de Armero es la tumba de Omayra Sánchez, la niña de 13 años que quedó sepultada durante casi tres días por la avalancha del Nevado. La llegada a su lápida da la sensación de estar entrometiéndose en un claro de descanso del que se debe escapar: Barbies, placas de agradecimiento y velas derretidas rodean su área de culto. Muchos creen que Omayra hace milagros.
El refugio entre las montañas
Nuestro tercer día nos llevó al municipio del Líbano que, desde Mariquita, queda a una hora de ruta curvilínea. Poco tiempo para que todo cambie: ¡la media del Líbano es de 20° centígrados! El imponente monte Tauro marca el norte de este pueblo que fue colonizado por antioqueños, caldenses y boyacenses; prácticamente en cualquier montaña encontrará que los cultivos de café son su valle.
Llegado con hambre, se puede desayunar o almorzar por 5.000 a 10.000 pesos en la plaza de mercado del Líbano. Allí puede probar el salchichón Tovar, una marca que lleva arraigada en el pueblo 72 años y que, curiosamente, está hecha de carne de res en vez de cerdo (cómalo con limón y arepa blanca). Además de los olores de carnes recién cortadas, podrá experimentar la gastronomía de los restaurantes populares. Sí saben comer a lo grande: el caldo de picado, tradicional del Líbano, lo despertará de inmediato: menudencias de res, como hígado, chunchullo y cogote... Al pasear por el pueblo se aprecian las casas con pisos de hasta cuatro metros de altura, típicas de la arquitectura antioqueña; pero ningún edificio supera a la Catedral de Nuestra Señora del Carmen, que resguarda íconos religiosos como un cuadro de la Virgen de Guadalupe bendecido por el papa Benedicto XVI; característica que hace que el turismo religioso en el Líbano sea poderoso. 

Y así como Jesucristo veía la naturaleza como el templo de Dios, quizás sumergirse en el verde más oculto es el mayor tesoro libanense. A menos de 15 minutos del centro urbano, rozando Murillo, se encuentra la finca La Morell, tierra de 173 hectáreas a 2.050 metros de altura que lleva 125 años en poder de los descendientes del antioqueño Isidro Parra, fundador del Líbano. Un paraíso: cuatro cascadas escondidas y colinas que les hacen compañía a los Nevados harán de su día en La Morell un reencuentro con la grandeza del silencio como paisaje. De la mano de Valentina Parra, una de las administradoras de actividades de la Fundación Kavaláris, podrá buscar la ranita venenosa tolimense; y, si no quiere esperarla, puede acampar en los bosques montanos de La Morell por 15.000 pesos. Allí, es imposible temerle a una noche así de oscura.
(Para visitas a la finca La Morell, contacte a Valeria Parra (313 235 2822). Si busca hospedarse en el Líbano, recomendamos el Hotel Pantágoras. Contacto: (038) 256 1208).
Hacia la corona helada
La cereza del ponqué nos llegó en el cuarto día de la travesía, cuando llegamos a un casco urbano a veces descrito como ‘un pueblo suizo’ a 2.950 metros de altura: el centro de Murillo, de menos de 25 cuadras de extensión, que es la postal invernal perfecta: recibe a los visitantes con un silencio que parece reverenciar la cumbre del Nevado del Ruiz, que flanquea las casas de colores pastel. No podía ponerse mejor, pero lo hizo: ¡tratar de alcanzar esa cima del Nevado es toda una aventura! 

Por eso, con ayuda de un guía de la Fundación Montaña Viva Nevados, nos dirigimos por la vía al Nevado (hacia el oeste) para subir lo más cerca que pudimos a coronar al ‘hombre de barbas blancas’ (como llamaban los indígenas al Nevado del Ruiz): la Laguna del Corazón. Para calentar motores es recomendable tomarse un brandy con leche en alguna de las cafeterías de la plaza central, ya que el trayecto a este santuario natural tarda unas tres horas de caminata.
En la ruta, atravesará paisajes de cultivos de moras y tomates de árbol. Cuando empiece el recorrido verá que a pesar del frío y las ráfagas de viento, entra rápidamente en calor. ¡No hay que desabrigarse! A medida que se avanza, la neblina empieza a ceñirse sobre el terreno; la tierra, eternamente húmeda, da pie a todo rango de colores, desde el ‘greenery’ hasta el cobre. Se atraviesan arroyos, se trepan piedras. Encontrará una cabaña con una laguna pequeña de agua termal, en la que podrá apreciar el azufre que le da ese color celeste al fondo, muy similar al de la Estatua de la Libertad de Nueva York. Con esas tres horas de camino encima, a 4.200 metros de altura, se llegará al superpáramo: un ambiente lleno de musgos, líquenes, pastizales, y un espectáculo casi alienígena: un ejército de frailejones quietos, quietísimos, rodeando esa laguna inmóvil, que, en un plano cenital, es un corazón dibujado.
EXCURSIONES AL PÁRAMO
  1. La Asociación Guardianes del Cumanday, a través de la Fundación Montaña Viva Nevados, ofrece guías turísticos para quienes quieran subir a conocer las aguas termales y la Laguna del Corazón, ubicados a más de 13 kilómetros de Murillo.
  2. La guianza cuesta 66.000 para dos personas, incluye transporte. Además, la fundación ofrece un plan de hospedaje diario por 30.000, también para dos, en La Posada del Turista. Más información llamando al (+57) 310 880 0200.
MARU LOMBARDO
Enviada especial de VIAJAR











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